¿Cuántas veces hemos escuchado a la amiga, la tía, la prima, etc.,
que se quejan amargamente de que su novio o esposo le ha puesto unos cuernos de
venado que ya no alcanza a pasar por el marco de la puerta? Y lo peor es que, según dicen, ellos no se tientan el corazón cuando de ser infieles se trata.
En mi experiencia, hasta he sido víctima. Ja! Pero ¿se han puesto
a pensar en aquellas mujeres que resultan ser las malas del cuento?
El tema de la entrada de hoy no es nada nuevo. Hoy hablaremos de
la otra cara de la moneda, las mujeres infieles, pero no desde la falsa imagen
que ahora circula en redes sociales de lo que significan las "mujeres
luchonas, fregonas, bla bla..." y que van acompañadas de esas fotos de
Jenni Rivera (DEP) o Paquita la del Barrio.
Esta entrada va más allá de las razones, que pudieran justificar o
no, la infidelidad de las mujeres que tienen un compromiso de pareja, algo mas
o menos formal.
Hace algunos años, leí un cuento que se llama "Miedo",
de Stefan Zweig, (mi escritor favorito) que me movió las entrañas de estrés.
Y es que en esa historia, Irene es la protagonista. Es una mujer
casada, que tiene hijos, buena posición social, un amoroso esposo con un buen
empleo y, en general, una buena vida. Suena bien ¿verdad? Sin embargo, Irene
tiene un amante y sus encuentros se dan con frecuencia, siempre con la
suficiente discreción que por obvias razones tenían que cuidar.
Seguramente conocen a alguien que coincide con la descripción de
Irene.
En fin, un "mal" día, Irene, fue vista por una mujer con
aspecto de indigente, que por alguna extraña razón la había visto llegar al lugar
donde se veía con el amante una y veinte veces más, sin que su presencia
hubiera sido percibida antes. Así que, como era de esperarse, la chantajeó
pidiéndole dinero a cambio de no decirle al marido respecto de aquellas locas
aventuras de su respetable esposa.
Sin embargo, la cantidad de dinero fue aumentando en la medida en
que se veía con el amante, y una vez, hasta le fue a cobrar a Irene a su propia
casa. ¿Se imaginan el estrés de Irene? ¿Qué justificación le daría al marido
sobre la visita de aquella indeseable mujer?
La cuestión quedó en que el silencio de la indigente se volvió
incosteable para Irene, por lo que un
mal día (sí, otro) le tuvo que dar su sortija de matrimonio, una especie de
“prenda” temporal, que sería devuelta una vez que consiguiera el dinero que le
pedía aquella mujer.
La maravilla de la narración y por lo que amo a este escritor,
está en el factor sorpresa de sus escritos y es que en este cuento, resulta que
llegada la hora de la comida, el esposo de Irene le cuestionó sobre la ausencia
de su sortija, a lo que ella le contestó
que la había llevado a pulir, diciendo que se la devolverían dos días después,
mintiendo nuevamente.
Así las cosas, con el estrés y la pena embargándole día y noche,
la preocupación de ver descubierta de su infamia, Irene salió por última vez a
buscar a la indigente, con el afán de
recuperar su sortija sin tener éxito, deteniéndose en la farmacia a comprar una
poción para envenenarse esa misma noche.
Sin embargo Irene no contaba con que su marido la estaría esperando
afuera de aquella farmacia, tomándola del brazo y en silencio la llevó a su
casa (no me imagino tanta civilidad en esta época) y ahí él le confesó que la
famosa indigente no era otra cosa que una actriz a quien él había
contratado para presionarla y orillarla a abandonar esa “alegre” vida, o sea,
lo que quería era hacerla entrar en razón, para que volviera a su casa y
atendiera a su familia, que la perdonaba y que todo lo había hecho solo por el
bien de los niños.
En la mañana siguiente, Irene se despertó en casa, con su sortija
brillante justo en el lugar que nunca debió abandonar.
Así concluye ese cuento, pero a mí me sigue moviendo todo.
¿Será que todas las mujeres infieles tienen ese
remordimiento? ¿Vale la pena el sufrimiento, la zozobra y el estrés que conlleva mentir solo por una bomba de adrenalina en las venas?
Toda mentira es una incontrolable bola de nieve.
¿Qué precio tiene tu tranquilidad?
Nora
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